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9 temas sin importancia en el vino argentino

En esta nota, lugares y tópicos comunes del vino argentino que tienen más de embrollo que de importancia.

La controversia entre corcho y tapa a rosca: pocas cosas están más infladas en el vino que la discusión acerca de cómo evoluciona mejor una botella, tapada con corcho o con rosca. Si el 99% de los vinos se consumen en el año de ser liberados a la venta, qué importa cómo vengan cerrados. A lo sumo es una elección del consumidor si prefiere darle rosca a su pasión y abrir la botella con un click, o si elije el “plop” nostálgico del sacacorchos.

Roble versus Roble: ¿cuántas veces se escucha en una cata que tal vino pasó doce meses en barrica de roble francés, americano, esloveno, húngaro o rumano? Claro, se prefiere la sofisticación francesa de Catherine Deneuve a la rudeza balcánica de un Emir Kusturika o la imaginería obesa de los norteamericanos representada en John Goodman. Pero no vamos, salvo un refinadísimo grupo de catadores, al resto lo mismo nos da la nacionalidad del árbol.

El terruño desaparece: las bodegas, la prensa y los sommeliers apelamos al terruño para prestigiar a ciertos vinos. Es verdad que para un selecto grupo de etiquetas el origen de la uva es mimado y cultivado con esmero, pero en el grueso del pelotón de los 30 pesos (10 S$U) para abajo, salvo las diferencias políticas entre provincias y municipios, la identidad de terruño es un concepto tan inflado y soso como una galleta de arroz.

Los puntos de la discordia: un Sauvignon de 89 puntos parece menos rico que uno de 90 o 91 y no lo es. Salvo que creamos a ciegas en la cata de unos gurús videntes y demos por cierto que en ese punto de diferencia se aloja el milagro del sabor superior. Así en realidad se publican listas de buenos vinos, rankeados a capricho, como la que publicó el norteamericano Stephen Tanzer hace poco sobre vinos argentinos: más de 300 vinos arriba de 87 puntos. Es decir. Todos buenos.

El vino no envejece bien: si aún se piensa que los mejores vinos son los viejos, conviene olvidarse de la idea, ya casi no se elaboran etiquetas de guarda en nuestro mercado. Muchas de las que se venden como tal aspiran a la longevidad para conseguir un buen precio hoy, vienen recargados en cuerpo e intensidad, resultan duros y después no mejoran en el largo plazo. Si hubo paciencia para bancarlos, la desgracia viene con intereses.

Menos producción, mejor vino: que la bodega esté interesada en contar que prestigia su vino produciendo poco no es sinónimo de que menos es más. Este es uno de los preconceptos más arraigado en los consumidores: que una etiqueta fue producida con bajos rendimientos en el viñedo, o que sean pocas botellas, poco tiene que ver con la calidad final. El secreto está en el equilibrio del viñedo: si produce poco por viejo o mucho porque es joven. Si para un vino caro la escasés es un argumento aceptable, para la mayoría no hay otra posibilidad que altos rendimientos para producir volumen.

Varietales y blends: Digámoslo clarito: una combinación de uvas es un blend y un blend no es como el jugo multifruta, hecho con descartes, sino un ensamble que suma lo mejor de cada parte, de forma que ya no importen. Para beber rico y a buen precio, el assamblage es mejor que el vino varietal.

Hormigón versus acero inoxidable: Aún hay quién cree que es importante saber si el vino fue elaborado en Piletas de hormigón armado o acero inoxidable. Esta “verdad técnica” arranca en el pasado, cuando las piletas de mampostería sin recubrir dañaban al vino, y el acero era lo más higiénico. Aunque hoy el inoxidable es sinónimo de inversión prestigiosa, no cambia el sabor del producto. Salvo que la bodega esté contaminada. Y en ese caso, de hecho, la contaminación pasa a ser parte del sabor, como pasa con López o Goyenechea.

Parral versus espaldero: El sistema de conducción en la vida, sea espaldero o parral, es motivo de una mala controversia. No hay uno mejor que el otro, sino que se adaptan a climas y modelos de vinos distintos. Un Cabernet Sauvignon en Salta o en San Juan se expresa mejor en parral, por la gran insolación, mientras que en Mendoza o en la Patagonia camina mejor el espaldero.

Fuente: Joaquín Hidalgo – La Mañana de Neuqén

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