Fuente: EL Conocedor
Los vinos patagónicos recién empiezan a tener notoriedad por más historia que acrediten, pero aún está en duda si tal o cual cepaje es el más representativo.
La verdad es que ante este cuestionamiento, las opiniones son muy diversas porque, en primera instancia, habría que precisar qué se entiende por emblemática. Una posible definición podría ser: variedades que se dan mejor en la zona y que, al degustar sus vinos, se nota; etiquetas que, además, deberían ser bastante numerosas.
Pues bien, esto no se adapta a la Patagonia porque por más orgullo que sientan los lugareños por sus blancos a base de Chardonnay, Sauvignon Blanc o Semillón, y de sus tintos como Pinot Noir y Merlot, no alcanzan para ser íconos.
Aunque las comparaciones son siempre odiosas, un pequeño ejemplo puede servir para sentar las bases. El Torrontés salteño de Cafayate es emblemático por varias razones: hay muchísimos, tiene carácter propio y ha demostrado ser el mejor exponente de dicho varietal. A punto tal que muchas bodegas cuyanas lo vinifican en su lugar de origen y lo embotellan en Mendoza. Eso es un emblema.
Entonces, ¿el mejor Chardonnay es de la Patagonia? ¿Hay tantos allí? ¿Y qué sucede con los Sauvignon Blanc? ¿Y los Pinot? Por más hectáreas plantadas de este cepaje, la gran mayoría de sus exponentes son bastante recientes. Claro que aquí surgen dos motivos: el amor por el frío, lo cual dificulta su manejo (principal causa de huida de los enólogos) y las cuestiones comerciales, que cambiaron radicalmente a partir de la película Entre copas que siempre lo segmentó como una variedad exclusiva. Sin embargo, por más esfuerzos que haya hecho el Pinot para consolidarse en la región o las grandes posibilidades que tengan el Merlot o el Cabernet Sauvignon, el tinto emblemático de la Patagonia, al igual que ocurre en casi toda la Argentina, sigue siendo el Malbec.
En algunos años, seguramente, vamos a poder hablar de este presente que vive la región como la génesis de un valle productivo con pasado y con todo para crecer en el futuro; y lo más importante: los vinos estarán a la altura de todo lo que implica la marca “Patagonia” para un consumidor.
Pues bien, esto no se adapta a la Patagonia porque por más orgullo que sientan los lugareños por sus blancos a base de Chardonnay, Sauvignon Blanc o Semillón, y de sus tintos como Pinot Noir y Merlot, no alcanzan para ser íconos.
Aunque las comparaciones son siempre odiosas, un pequeño ejemplo puede servir para sentar las bases. El Torrontés salteño de Cafayate es emblemático por varias razones: hay muchísimos, tiene carácter propio y ha demostrado ser el mejor exponente de dicho varietal. A punto tal que muchas bodegas cuyanas lo vinifican en su lugar de origen y lo embotellan en Mendoza. Eso es un emblema.
Entonces, ¿el mejor Chardonnay es de la Patagonia? ¿Hay tantos allí? ¿Y qué sucede con los Sauvignon Blanc? ¿Y los Pinot? Por más hectáreas plantadas de este cepaje, la gran mayoría de sus exponentes son bastante recientes. Claro que aquí surgen dos motivos: el amor por el frío, lo cual dificulta su manejo (principal causa de huida de los enólogos) y las cuestiones comerciales, que cambiaron radicalmente a partir de la película Entre copas que siempre lo segmentó como una variedad exclusiva. Sin embargo, por más esfuerzos que haya hecho el Pinot para consolidarse en la región o las grandes posibilidades que tengan el Merlot o el Cabernet Sauvignon, el tinto emblemático de la Patagonia, al igual que ocurre en casi toda la Argentina, sigue siendo el Malbec.
En algunos años, seguramente, vamos a poder hablar de este presente que vive la región como la génesis de un valle productivo con pasado y con todo para crecer en el futuro; y lo más importante: los vinos estarán a la altura de todo lo que implica la marca “Patagonia” para un consumidor.