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El esquema 3 por 1

Miguel Brascó, con su caracteristico y particular estilo, nos cuenta a cerca de la realidad de los rastaurantes argentinos y sus vinos.

Cada vez hay más y mejores vinos en la Argentina. Y menos y peores en las ofertas de sus restaurantes
Hay todavía restaurantes que, al sentarse, el cliente ya encuentra botella de vino equis o zeta esperándolo en el medio de la mesa. ¿Botella puesta para decorar o, lista perfectita, para que el recién llegado se tiente, la ordene abrir y se la tome?

Lista perfectita. Frappeada si es blanco; medium ofri si rosé, y frescobaldi a 19 grados de ser un tinto, a la fashion francesa bobet. No importa que el lugar tenga su temperatura a centígrados bien bajos: la cosa es que el vino caro llegue a tu boca taca frío. Si no, ¿de qué sirven los tastings de dorapa con sommeliers a la moda de Antonini?

En verdad, nueve de cada diez de los clientes recién llegados no le dan bola a esta botella picando sola en el centro de la mesa, tipo rubia for the taking en Manhattan. Ni la ven ni la mencionan: dejan que el mozo se la lleve sin decirte excusemuá. Por ahí la for the taking te echa una mirada venenosa; la botella, ni siquiera eso.

Al final, en Buenos Aires está el uno cada diez de los clientes predispuesto al ya-que-está-ahí, descorchala.

Son, en general, turistas a los cuales yo, de poder, rejuno rabo de ojo para verificar comportamiento. Lo habitual es que la mayoría haya adquirido ya el millaje lunfa necesario para no chuparse el dedo incauto. “¿Es un obsequio de la casa?”, interrogan en inglés, con típica fonética de Tokio. Lo que al mozo nacional lo relaja de inmediato. Todo bien, ambos entraron en la etapa chicaneo, donde un argentino se maneja, pobre de ellos, de taquito. “Usted paga la primera botella y luego, al irse, se lleva una segunda gratarola.” El oriental le clava hondo ojo-rayita. Quiere tener súper en claro qué significa gratarola. El camarero pedagogiza con dos dedos levantados en V de la victoria. “Usted toma una, paga una y se lleva dos.” Los singapures hacen que no con la cabeza: negativo. “¿Two bottles? No two bottles, sino tres bottles.” Hay que ver a estos turistas neochinos del Sudeste cómo negocian impecables.

El mozo les concede todo: “Ma´ sí, señor, no faltaba menos”. Total, el tinto que tomás tres y pagás uno es de esos con la uva comprada en Junín, vinificada en Lavalle, embotellado en camioncito delivery, con nombre quechua y bicho australiano en etiqueta impresa al bies en Uribelarrea.

Esta manganeta de las mesas que ya vienen con la botella puesta está siendo poco a poco rebusque obsoleto. ¿Razones? Simples. Para incluir en sus cartas de vino opciones de entre 30 y 40 pesos (precio vinerías) de bodegas locales nivel medio, los restaurantes, en su mayoría (hay muy pocas excepciones), aplican ya todos el esquema 3 por 1: cada tres cajas que reciben sólo pagan una, a 120 días. ¿Qué no pedirán, entonces, para las mesas con las botellas de antemano puestas? ¿Vinos gratarolas totales? ¿Adicional en taca taca?

Las consecuencias la soportan, como siempre, los clientes desvalidos. Las ofertas de vinos en los restaurantes ver-ser-vistos vienen cada día más cortas, cada noche más caras, cada semana más mismas, cada mes más aburridas.

Adonde vaya, corrobore al llegar. Si en la carta de los vinos no están el Pinot Noir Catena Zapata Alamos, el Clos du Moulin Chandon, algún Postales del Fin del Mundo, Santa Julia de Zuccardi, La Linda Luigi Bosca, el Finca Flichman Roble Malbec, el San Felipe Cepa Tradicional, algún Casona de Bodegas López, Cuarto de Milla Finca La Anita o Los Arboles de Navarro Correas, los Norton Roble, los Fond de Cave, el Don Valentín Lacrado, etc., usted “avive el seso y despierte”, como propuso Jorge Manrique en las Odas. Pregunte por qué, diga sopermi y váyase a Arturito, a Le Mistral del Four Seasons, a Oviedo, a otro restaurante que respete más a sus habitués.

Fuente: Miguel Brascó – La Nación (arg)

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