Mike Tournier el especialista, que trabajó en el programa de mitigación de la huella de carbono de Nueva Zelandia, insiste en que no tener certificación en esta materia puede implicar pérdidas millonarias para Chile.
A estas alturas medir y amortiguar la huella de carbono no es cuestión sólo de cuidar el medio ambiente, sino de mantenerse en el negocio. A partir de 2011 regirá en Francia la ley de Grenelle 2, la que, entre otras cosas, exigirá que la etiqueta de cada producto que se comercialice informe sobre la cantidad de dióxido de carbono que generó su producción y transporte. Una legislación parecida se planea en Inglaterra y cadenas de retail como Tesco y Wal-Mart la exigen o están en proceso de hacerlo.
Así, la huella de carbono, es decir cuántas emisiones de gases efecto invernadero (GEI) se liberaron al ambiente al cultivar, procesar y exportar ese producto, golpea directamente la competitividad de las exportaciones. Y a Chile le juega especialmente en contra, por la distancia que deben recorrer los productos para llegar a los mercados y por la carbonización de la matriz energética que llevará a que en los próximos años las emisiones aumenten, incluso se cuadrupliquen para 2030.
«Las empresas chilenas tienen claro que deben manejar su huella de carbono. Cuando uno les pregunta la respuesta es que al menos lo están midiendo, lo van a hacer o lo han hecho», sostiene Aldo Cerda, Gerente de Bosques, Industrias, Construcción y Servicios Sustentables de Fundación Chile, quien junto a Carlos Berner, Subgerente de Marketing y Sustentabilidad de Celfin Capital, son los ideólogos de la Santiago Climate Exchange (SCX), la primera bolsa privada de bonos de carbono del Hemisferio Sur.
Una cosa es la toma de conciencia y otra es la puesta en práctica. El problema es que quienes se quieren certificar se encuentran con que no existe una única certificación para todo el mundo.
«Para la certificación no existen estándares, sino distintos protocolos que dan un rango mucho más amplio a la interpretación y eso abre espacio a que actualmente existan bastantes empresas que ofrecen el servicio, y no es lo mismo certificarse con una y que con otra. En el caso de Chile lo que hay que tomar en cuenta es no perder competitividad es decir considerar con quien se está certificando la competencia y hacerlo con los mismos», explica Aldo Cerda.
Además, es vital para los exportadores y su cadena productiva, contar con una estrategia clara que les permita disminuir sus emisiones.
Mike Tournier, como business manager de Landcare Research NZ, un instituto de investigación gubernamental neocelandés especializado en el manejo sustentable de los recursos para optimizar la producción primaria y el realce de la biodiversidad, trabajó en eso. El Landcare Research estableció el programa de certificación CarboNZero el año 2001, la que actualmente es reconocida por 50 de las economías más importantes del mundo.
Plantea que para Chile la huella de carbono es un verdadero desafío. «Puede significar un riesgo muy alto para países exportadores como éste. Al igual que Nueva Zelanda, Chile está muy lejos de los mercados de destino y ya hay países consumidores que están dejando de comprar por esta distancia, porque tienen el concepto de que por el viaje se generan más emisiones».
-¿Medir la huella de carbono es entonces una herramienta de competitividad?
Medirla y generar acciones que la bajen es decisivo para que la competencia sea justa y no perder competitividad frente a países del hemisferio norte. Es, además, una forma de convertir comoditties en productos con valor agregado, es decir de aumentar los ingresos. Las empresas chilenas deben certificarse. Se calcula que la pérdida para la economía chilena por no incluir la certificación es de sobre un millón de dólares.
Según un estudio efectuado en Japón, EE.UU. y parte de Europa, alrededor de 45% de las compañías que usan tecnología de reducción de huella de carbono lo hacen para aumentar sus utilidades y 27% lo hacen para diferenciarse de sus consumidores.
Por otro lado, según los estudios que hemos hecho, Chile podría ser uno de los países más afectados por el cambio climático: por ejemplo, las estaciones se podrían hacer más largas y las temperaturas más intensas lo que podría afectar la calidad del vino y el suministro de agua. La estrategia para enfrentar eso podría unirse a la de reducción de la huella de carbono, lo que se podría hacer reubicando, por ejemplo, los cultivos para que necesiten menos agua o utilizando el agua del lavado para el riego.
-Pero medir y reducir la huella de carbono es caro…
Depende de las características de cada explotación agrícola. De acuerdo a nuestra experiencia, la reducción de la huella de carbono no sólo hace bien al medioambiente, sino que además es un buen negocio.
Al reducir las emisiones de gases de efecto invernadero bajan los costos operativos y se valoriza la empresa.
Lo que hace el programa es medir las emisiones de efectos invernadero, detectar las actividades que generan mayor cantidad de éstos y diseñar un programa reducción que por lo general, implica un ahorro en gastos de operación a través de la cogeneración de energía por ejemplo, el uso de los desechos de animales para generar energía junto con el sistema tradicional.
En cuanto a la producción el manejo bovino, una de las tecnologías que se está utilizando es el fijar los fertilizantes al suelo, lo que se traduce en menos emisiones a la atmósfera y menos uso de fertilizante. Si se toma en cuenta el costo de este tipo de productos el ahorro es significativo. Sólo con la planta de cogeneración en algunas plantas lecheras de Nueva Zelandia se ha logrado ahorros cercanos a los US$ 3 millones por año en costos de operación.
-¿Qué se requiere para que la medición sea confiable?
No todas las certificaciones son iguales, hay muchas empresas certificadoras que usan técnicas que no son aceptadas o reconocidas internacionalmente.
Entre los puntos claves que se deben tener en cuenta para que la certificación sea creíble, está el que el método de certificación debe estar avalado en pruebas científicas y acreditado ojala por una universidad internacional.
Tres años atrás a nivel internacional se reconoció que había un problema con las certificaciones por lo que ahora se exige una tercera opinión de una parte que no esté involucrada en los proceso.
La empresa que otorgue la certificación debe estar, a su vez, acreditada para hacerlo y el proceso debe ser público. Si no se cumple con este procedimiento la certificación no sirve de nada, no es creíble.
La industria del vino«The New Zealand Wine Company Ltd (NZWC)», fue una de las primeras en reducir sus emisiones de carbono en ese país. No sólo cambiaron botellas, para disminuir el peso y con ello gastar menos combustible en los despachos. A través de un rediseño del packaging, se hizo que cupieran 12% más de botellas en los containers, lo que significó ocupar menos paletts y reducir el espacio utilizado para los embarques.
«El mayor ahorro fue para el medioambiente, pero sobre todo para la compañía. El cambio en el packaging pudo costar unos cientos de dólares, pero el ahorro sólo por el ítem puertos es de US$ 10.000 al año. Sin contar con los beneficios implicó ante la opinión pública», explica Tournier.
Fuente: El Mercurio (Chile)