En el mundo del vino no todo van a ser caldos y viñedos. Aunque es un sector que muchos consideran tradicional, apegado a las costumbres que dictan el terruño y los elementos, lo cierto es que alrededor (y cada vez más) surgen toda una serie de cachivaches a cada cual más práctico e innovador.
Para llevar el vino a la temperatura óptima, la marca Built NY ha creado una práctica bolsa de neopreno en distintos colores y con capacidad de hasta tres botellas. El neopreno es útil para proteger las botellas pero sobre todo como aislante térmico. Muy útil para quien se vaya de excursión…
Si de todos modos queremos verificar la temperatura de nuestro vino para que éste esté en óptimas condiciones de disfrute, hay un par de opciones. Una de ellas es la banda de acero de Carl Mertens: la pones alrededor de la botella y te muestra la temperatura, además de incluir una guía que te indica cuál es la ideal para el caldo que vamos a beber.
También hay termómetros por infrarrojos, como el Nuvo Vino, o incluso digitales con forma de botella.
Subiendo en la escala del desarrollo tecnológico nos encontramos a un preservador o conservador de vino: el Wine Preservation Steward. El artilugio en cuestión crea una capa de argón (un gas noble inerte) que mantiene el vino, no sólo a salvo de la oxidación, sino (dicen) a la temperatura que elijamos. Eso sí, el precio, 200 euros con carga para guardar quince botellas, no sé si es competitivo frente a la tradicional bomba de vacio.
Y la cosa ya se nos va de madre con los dos últimos gadgets. El primero, nos permite producir hasta 75 litros de vino en nuestra propia casa: el WinePod. La empresa nos suministra las uvas, traídas directamente desde California, y se encarga del servicio técnico, pero al final quien produce el vino somos nosotros.
El segundo, viene, como no, desde Japón: el robot PaPeRo, que es capaz de reconocer hasta diez vinos con sus sistema de infrarrojos y dar una opinión. Algunos ya hablan de que, en el futuro, este robot podría sustituir a los sumilleres en según qué restaurante, aunque por ahora, para alivio de los profesionales de carne y hueso, ni siquiera está a la venta.
Y para aquellos a los que tanta tecnología pueda producirle mareos, nada mejor que disfrutar de un vino sentado en una silla sin cables ni pantallas de plasma, ni gases… Y dejar la copa sobre una mesa cien por cien tecnología de la de toda la vida. Eso sí, ambos con un diseño más que curioso: la silla, corcho de champán; la mesa, bozal de alambre.