Fuente: Cristina Vallarino – Entre Copas
Hace unos días escuché a un grupo de personas hablando de los grandes vinos del mundo. Me refiero a los top, porque no siempre lo más caro es lo mejor: como en cualquier cosa, en el mundo de los vinos también se paga por la marca y mucha gente no compra tal o cual vino porque le guste, sino por la etiqueta… quizás puedas llenarles la botella de uno top con uno de precio más bajo y dirán que es ¡espectacular!
Bueno, volviendo a los grandes vinos… Quien toma estas botellas es porque tiene el presupuesto para hacerlo, obviamente; pero vamos a suponer que todos podemos acceder a ellas…
La conversación era sobre un chico que guardaba un Chateau Lafite en su refrigeradora para tomar una copa todos los días. Como comprenderán, me quedé impresionada: una botella de esas no baja de los 500 dólares… y si hace esto, ¡su última copa no costará ni cincuenta!
Desde el momento en que abrimos una botella de vino, este comienza a evolucionar, a cambiar. Al principio, para bien, pero llega un momento que lo hace para mal. Para mí, abrir una gran botella es hacer todo un ritual. Empiezo con la temperatura: me aseguro de que sea la adecuada. Luego, veo de qué edad es el vino para ver si necesita decantación. Después, me fijo en dónde estaba guardado para saber cuántas posibilidades hay de que esté vivo.
Como verán, hay mucho que hacer… También busco la compañía perfecta para tomar la botella. Si sé que la gente con la que la voy a compartir no entiende, prefiero no abrirla. Finalmente, le busco el maridaje perfecto. O sea, la comida. Como les he explicado en post anteriores, hay comida que no va con ciertos vinos. Entonces, hay que trabajar un poquito para lograr que el vino se luzca y que dé lo mejor de sí.
Quizás les pueda sonar un poco complicado… Acá un ejemplo: El famoso Romanee Conti. Lamentablemente, este vino no se consigue por menos de mil dólares. Es reconocido como el mejor Pinot Noir del mundo… tenía que provenir de Borgoña (solo su ‘terroir’ es capaz de darnos maravillas como esta). La Pinot Noir es considerada una variedad que da vinos frescos, con textura de seda, para nada agresivos. Por su naturaleza, este vino no se puede acompañar con platos fuertes. También hay que tener cuidado con las salsas: Si esta es muy cremosa o muy fuerte, hecha a base de mantequilla o crema de leche, opacará al vino y nos dejará la sensación de un vino delgado y sin cuerpo. La comida ideal es la delicada, con una salsa no fuerte.