Monárquico confeso, aficionado del Atlético de Madrid y viajero incansable, con 25 años asumió la dirección de la bodega familiar. Muchos pensaron que fracasaría. El conde de Creixell ha logrado que sus productos se beban en Casa Real
En una ocasión a Don Juan Carlos le preguntaron si entre sus vinos favoritos figuraba un rioja o un ribera. El entonces Rey, simplemente contestó: “Los vinos de España”. Ni rioja ni ribera. El Rey paseaba por el castillo de Ygay, que estrenaba instalaciones y diseño tras el lavado de cara acometido por Vicente Dalmau Cebrián-Sagarriga, conde de Creixell y barón de la Pobadilla. El vino que ese día degustó figura entre los que se custodian en las bodegas de Casa Real. No era la primera vez que Su Majestad lo probaba. El monarca eligió un Castillo Ygay de 1925 para ‘celebrar’ el histórico momento de su abdicación junto a su hijo Felipe. Aquel día, el dueño de esta bodega, monárquico confeso, pronunció unas palabras de Kennedy para dar por inaugurada su última obra: “No os preguntéis lo que puede hacer vuestro país por vosotros, sino lo que vosotros podéis hacer por vuestro país”. Una frase que define bien al undécimo conde de Creixell y la historia de esta saga familiar muy unida al vino.
Fue Luciano de Merrieta, un militar ayudante del general Espartero, quien inventó el vino de Rioja en 1840. Cuentan los libros que, en agradecimiento, el rey Amadeo de Saboya le nombró marqués de Murrieta y así nació la que es la bodega más antigua de La Rioja. Corramos unos años. La bodega pasó de generación en generación hasta que un empresario gallego con experiencia en albariños y décimo conde de Creixell, Vicente Cebrián-Sagarriga, decidió invertir en ella y recuperar su esplendor. A su muerte, en 1996, su hijo Vicente Dalmau asumió la dirección con tan solo 25 años. Nacido en Madrid, el conde explicó en una ocasión que fue su padre quien quiso llamarle Dalmau en honor al primer conde de Creixell (el título familiar concedido por participar en las Navas de Tolosa en 1212), pero su madre, Chus Suárez Llanos, no estaba muy convencida y tras un acuerdo ‘marital’ le correspondió llevar los dos nombres. Vicente Dalmau tiene ahora 46 años y junto a Cristina, una de sus tres hermanas, dirige este emporio familiar. Sus otras dos hermanas, Alexia y Silvia, se decantaron por el diseño y la carrera farmacéutica.
El conde se define como viajero constante, emprendedor y con una filosofía de vida que puede resumir en tres palabras: trabajo, equipo y conjugar lo moderno sin olvidar los orígenes. Aficionado al Atlético de Madrid, su infancia estuvo a caballo entre Madrid y el pazo de Barrantes, propiedad de su familia desde el siglo XVI. Estudió en el British Council School para después, con 13 años, instalarse junto a su familia en el castillo de Ygay. Con un nivel de inglés bilingüe asumió la función de ser el guía de las visitas de extranjeros a las instalaciones de la bodega. Pasó un tiempo en EEUU y al volver a España se especializó en económicas, empresariales y derecho en la Universidad de Navarra y se hizo cargo del puesto de director de Comercio Exterior del negocio familiar.
Emprendedor desde los 13 años
Esperaba curtirse durante un tiempo junto a su padre, pero la muerte le sorprendió en 1996 y el único hijo varón decidió tomar el testigo de la empresa familiar mientras todos le observaban y esperaban que vendiera o fracasara. No lo tuvo fácil. Su padre fue un empresario forjado desde los 16 años en la construcción y los medios de comunicación (fundó Antena 3 Radio), un hombre adelantado a su tiempo, al que le deslumbraba la magia de los edificios históricos o la colección de añadas y que enseñó a sus hijos un mensaje: una bodega, una familia, un mito. Dalmau ha seguido al pie de la letra aquellos consejos logrando que la bodega merezca títulos como la mejor del mundo según los premios Best of International 2015. Dalmau no solo ocupa las páginas de éxito empresarial, sino también las de crónica rosa por su relación con María León y su amistad con Eugenia Martínez de Irujo o Nieves Álvarez.
Darle un nuevo aire al castillo de Ygay le costó unos 12 millones de euros, nueve años de obras y cierta factura personal, de la que dicen que prefiere no hablar. Fue el maestro José Álvarez quien desmontó las 6.000 toneladas de piedra del castillo que ocupa 4.000 metros cuadrados y en el que ahora se han habilitado salas de catas y la mayor colección de botellas de vinos en Europa, entre otras muchas salas. Su diseño lo encargó en un primer momento al interiorista de la ‘jet’, Luis Galliussi (Isabel Preyler, los March, Thyssen, los Polanco o la modelo Eugenia Silva han contado con sus servicios), al que demandó y ganó en los tribunales por un desacuerdo en la entrega de unos muebles. Con el castillo ya en marcha, el conde busca ahora nuevos retos.
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