Pocos combinados despiertan tanta pasión —y tantas cejas levantadas— como el kalimotxo. Hay quien lo defiende como símbolo de juventud, libertad y verano, y quien lo ve como una herejía enológica. Pero seamos claros: nosotros somos del “sí”. Y además, cuanto mejor sea el vino, mejor el kalimotxo.
🧃 Un origen tan vasco como festivo
El kalimotxo (también escrito calimocho) nació en el País Vasco, concretamente en el Puerto Viejo de Algorta, a finales de los años 70. Durante las fiestas locales, un grupo de amigos se dio cuenta de que el vino tinto que habían comprado para la celebración había salido un poco “torcido”. ¿Solución? Mezclarlo con refresco de cola para disimular el sabor.
El resultado fue sorprendentemente bueno, y como los inventores se apodaban Kalimero y Motxongo, el brebaje acabó bautizado como Kalimotxo.
🍇 La mezcla que no pide permiso
La receta no tiene misterio: vino tinto y refresco de cola a partes iguales, hielo y, si se quiere, un toque de limón o una rodaja de naranja. Pero el secreto está en el equilibrio: si el vino es demasiado malo, la mezcla se vuelve plana y empalagosa; si el vino es bueno —afrutado, joven, con cuerpo— el resultado gana matices y sorprende.
Así que esa vieja frase de “para kalimotxo sirve cualquier vino” merece revisión. No hace falta un reserva, claro, pero un buen tinto joven o un roble pueden hacer magia.
😎 Curiosidades que quizá no sabías
- En Grecia existe algo parecido llamado “kokinólis”, y en Argentina lo llaman “vino con cola”, aunque ninguno tiene el mismo espíritu callejero que el kalimotxo.
- En los 80, la bebida se popularizó tanto que las marcas de refrescos lanzaron campañas específicas para asociarse con ella.
- Se ha servido incluso en festivales gourmet como ejemplo de “mixología popular vasca”.
- Hay bares que ofrecen versiones premium, con vinos de autor o refrescos artesanos, y el resultado… sorprende hasta al más purista.
❤️ Kalimotxo, cultura y actitud
Más que una bebida, el kalimotxo es una declaración de intenciones. Es disfrutar sin pretensiones, compartir sin protocolos y reír con amigos en la plaza, en un concierto o en la playa.
Así que sí, lo repetimos sin miedo: kalimotxo, sí.
Porque al final, el vino —bueno, honesto y alegre— está hecho para eso: para mezclarlo con momentos, no solo con normas.



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