Sin categoría

La mayor estafa enológica del mundo – Segunda parte

Breve recapitulación. La semana pasada comencé esta nota que se refiere al libro «The billonaires Vinegar/ The mistery of de world´s most expensive bottle of wine» , que historia la forma en que fue desenmascarado uno de los supuestos mayores fiascos en la historia de la enología: la venta de una botella de Châteu Lafite 1784 en un remate de la casa Christie´s y que se concretara por la mayor suma jamás pagada por una botella de vino, 156.000 dólares americanos de aquel 5 de diciembre de 1985.

Significación. Tal fue la importancia de este remate de botellas supuestamente provenientes de la bodega personal de Thomas Jefferson, que fuera el tercer presidente de los Estados Unidos (gracias a los lectores que me señalaron el error de transcripción, sobre todo a aquellos que lo hicieron de forma respetuosa), que la revista Life al elegir los tres eventos más importantes de la década del ´80 dijo que fueron el regreso de la Coca-Cola classic (episodio que explica como pocos el experto en marketing Jorge Bonnin); la venta de estas botellas de la bodega Thomas Jefferson y ¡los transformers de Japón!

Historia de la mayor estafa enológica del mundo (segunda parte)

Vinos envejecidos. Ya se sabe que esto de preferir vinos bien añejados tiene un costo que hace que se complique para la gente común pero con gustos exquisitos, y las bodegas que quieren hacerles accesibles a sus clientes esta característica, recurren a la denostada micro oxigenación. No obstante, como esta práctica no se conocía en el siglo XIX, un tal Monsieur Goudal, administrador de Lafite en 1846, tuvo la idea de imitar lo que hacían los portugueses con sus vinos Madeira: puso barricas en las bodegas de barcos y dejó que «pasearan» por el mundo, con la convicción de que el zangoloteo los envejecería más rápido.

Fanáticos. Estos vinos de colección tienen fanáticos más que admiradores. Por ejemplo, en diciembre de 1986 se pagó el mayor precio por un vino blanco -56.628 dólares- y era una botella del afamado Château d´ Yquem 1784 y su comprador fue el mismísimo Dodi Al-Fayed, que deviniera en infortunado amante de la inolvidable Lady Di, y que se valió de un testaferro para hacer su oferta.

Un par de engatusados. Los primeros engatusados con los vinos de aquel remate, amén del ya mencionado Michel Broadbent, que fue el que hasta hizo de martillero en la ocasión, fueron nada menos que el barón Eric de Rothschild, a la sazón dueño de Lafite , que lo declaró auténtico en una nota del Wine Spectator ; y el conde Alexandre de Lur Saluces, cabeza por aquel entonces de la bodega Yquem .

Otros engatusados. Entre los nombres que va descubriendo Wallace en su libro que cayeron como chorlitos en las engañifas de Hardy Rodenstock -le recuerdo que es el nombre que usaba en pícaro descubridor de botellas complejas y añejas- aparece nada menos que Georg Riedel, el fabricante de las finísimas copas de cristal que hacen por sí mismas que un vino mediocre luzca como una bebida noble.
Riedel había acordado con Rodenstock que sería el proveedor de las miles de copas que se usaban en estas degustaciones excepcionales. De allí que el cristalero de lujo hiciera una entrada triunfal tomado del brazo con Robert Mondavi cuando se hizo la primera de éstas en Norteamérica.

Mirá quién lo dijo. Presente en esta primera degustación norteamericana estaba ¡Robert Parker! (imagino el soponcio que le acaba de dar al grupete de admiradores que tiene en mi grupo de amigos), que llegó a escribir en su prestigioso y casi bíblico Wine Advocate: ¿Deberé reescribir todas mis notas?
En el caso de Parker le haré justicia, al recordar que no se trataba de vinos renegridos, abusados de madera, pletóricos de alcohol, arañadores de los paladares. Faltando todo esto, era fácil que se equivocara…

Un poquito más de Riedel. Cuando presentó sus copas ante 1000 narices y paladares seleccionados, algunas diseñadas según el criterio aportado por Rodenstock, Riedel dijo que: «Las copas son los altoparlantes de los buenos vinos; así, Mondavi hace el vino, Parker escribe acerca de él, y nosotros aportamos las copas». Rápida aclaración: estas líneas no pretenden ni remotamente cuestionar la fabulosa calidad de las copas que hace Georg, siendo que su primer introductor en la Argentina fuera Ricardo Santos.

Aquellos años. Es por aquellos años ´80 del siglo pasado que Robert Parker inventa su cuestionada escala de 100 puntos para evaluar vinos, que relegaba la escala de 5 estrellas que había creado Broadbent. También sirvió para devaluar la escala de 20 puntos creada por la Universidad de California-Davis, que oportunamente adoptaran la revista Decanter y la reconocida Jancis Robinson.

Rueda de aromas. Fue en 1990 que Ann Noble, de la Universidad de California-Davis, crea esta denominación para decir que los vinos que tenían aromas de frutas tropicales significaba que recordaban al ananá, las bananas o el melón.
Si tan solo eran frutados, entonces quería decir que merodeaban los citrus, las frutas secas o los berries. Si aparecían los aromas sulfurosos, lo educado era decir se estaba en presencia de aroma a «perro húmedo» (le ruego que pare de reírse y tome en serio estos aportes que hago a su lenguaje enológico).
Por ahí sucedía, y sucede, que aparecen otros aspectos químicos en la nariz, y allí lo correcto es hablar de «aroma a petróleo». No hablaré del «pis de gato» porque siempre me pareció de mal gusto.

La perdiz se empieza a levantar. Uno de los primeros en desconfiar de Rodenstock y sus degustaciones ampulosas, fue Walter Eigensatz, conocido como Monsieur Cheval Blanc .
Presente en una realizada en 1989 advirtió que en unas botellas imperiales (equivalente a 8 botellas normales) de Pétrus datadas en 1921, 1924, 1926 y 1928 todas contenían ¡el mismo vino! Los expertos presentes coincidieron con él, tomando en cuenta que este vino, antes de la Segunda Guerra Mundial, como dijimos en la primera parte de esta nota, no era un gran vino. Peor aún, presente Christian Moueix, CEO de Pétrus , observó el tipo de botellas por sospechosas, y afirmó que este vino en los ´20 ¡era un mal vino!

La cosa se complica más. Nuestro audaz protagonista de esta historia, organizó una degustación de Pichon Lalande que decían ser 1893 y 1900, estando presente la dueña de esta bodega, May-Eliane de Lencquesaing. Esta madraza pidió los corchos que se acababan de sacar y sentenció: «Nosotros no usamos corchos como estos» Imaginen el ooohhhh que habrá llenado la sala.
Bochorno comparable a cuando Guillermo Willy Fiorito trajo a un Directorio que compartíamos, unas botellas de Pómmery de la bodega del Banco de Quilmes, y tenían corchos argentinos fabricados por Recoaro…

Siguen los soplamocos. También estaba presente en esta degustación el coleccionista Ed Lazarus, que aportó lo suyo escribiendo: «El gusto a vainilla-chocolate-aroma a menta me recuerdan que nunca he experimentado algo ni remotamente similar a un viejo Bordeaux , o de hecho en ningún otro, excepto, quizás en la heladería Baskin-Robins «.

Apertura de paraguas. Michel Broadbent intenta defenderlo, pero agrega «me gustaría que fuera menos secreto. Esto ayuda a los sospechosos». A raíz de que Rodenstock siempre ocultaba el origen de los lugares donde aparecían esas afamadas botellas, y los mozos pronto recibieron órdenes de no entregar jamás un corcho a ninguno de los presentes.
Robert Parker… «Es el único producto en el mundo que se vende sin necesidad de un certificado de autenticidad», escribió. Claro, el vendedor de este tipo de botellas siempre tiene la defensa de que él desconoce el manejo que ha tenido la botella durante tantísimos años.

Emboque a los japoneses. Nuestro Hardy, que deberíamos premiar con el máximo galardón a la viveza criolla, despachó a un cliente en Japón 5 cajas de DRC Montrachet . El incauto, aunque no tanto, si bien no sospechó que es difícil recibir cinco cajas de un vino del que se producen 200 al año, observó que las etiquetas decían Appellation Romanée-Conti Controllé en lugar de Appellation Montrachet Controllé . Un bochorno.

Vuelta de tuerca. Como el ruido subió y subió y subió, las grandes bodegas, comenzando por Lafite resolvieron que no reencorchaban más botellas desde 2005, porque en definitiva ponían sus auténticos corchos, en botellas sobre cuyos contenidos no podían siquiera opinar. Yquem decidió algo parecido: no reencorcha más vinos anteriores a 1940.

Ni siquiera era quien decía ser. Finalmente hasta se supo que Her Hardy Rodenstock en realidad se llamaba Meinhard Görke (un apellido que suena muy parecido a como nuestro lunfardo nombra a los timadores).

Chisme de barrio. Como si no faltara nada, el llamado Rodenstock se pelea con el vecino de al lado, quien da a conocer cuando éste se muda de casa, que en su sótano se encuentran botellas y corchos abandonados, falsamente avejentados, junto con etiquetas falsas, lo que le permitió colegir a qué respondían los ruidos extraños que se escuchaban de tanto en tanto.

Al horno. El coleccionista Bill Koch pierde su paciencia y el 30 de agosto de 2006 le inicia una demanda ante la Corte de Manhattan por falsificación de 4 botellas atribuidas a la bodega de Thomas Jefferson y un Pétrus magnum 1921 que había sido elogiada ampliamente por Robert Parker en 1995.

Lo que tenía que pasar pasó. Consultados Jancis Robinson, Robert Parker, el conde de Lur Saluces, fueron lentamente expresando que siempre habían desconfiando de Hardy Rodenstock…

Conclusión. Se la dejo a ustedes, amigos lectores, yo le regalo un trozo de texto de la última carta de Thomas Jefferson: «Ver lo que hemos visto, probar lo ya probado, a cada vuelta, con menos sabor; proteger nuestro paladar para decantar otra cosecha…»Gracias Benjamin Wallace; gracias Ritchi por hacérme conocer el texto.
Fuente: Diario La Nación.
Link a la nota: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1135662&high=vinos

Deja una respuesta