Los consumidores eligen una variedad como si se tratara de un club de fútbol.
Por suerte, cada tanto pueden cambiar de vino aunque no de club. Malbec, Cabernet, Merlot o Pinot Noir: así como hay variedades de uva hay variedades de consumidores.
Se sabe que un argentino puede cambiar de esposa pero nunca de equipo de fútbol. Dejar de lado el club es una de las más altas traiciones que un hombre pueda hacerse, y en todo caso, antes que el abandono, la vida propone la vereda de enfrente a la conducción, el banco de suplentes de los que no van a la cancha o el bando de los desencantados que sueñan con un futuro o un pasado mejor. En cualquier caso, el corazón no desecha los colores elegidos en la infancia.
Por descabellado que parezca, con el vino pasa algo similar. Cada vez que un consumidor asume que su gusto está marcado por una variedad de uva, la adopta al punto de decir “a mí no me gusta el Cabernet” o “tomo sólo Malbec”, y no se traiciona sino en caso de emergencia, necesidad o exploración.
Veamos un ejemplo. Esta semana un viejo amigo de la infancia me llamó por teléfono para decirme que había seguido una recomendación que le había hecho, y en un arrojo acaba de abrir un Pinot Noir. El amigo estaba decepcionado. ¿Cómo era posible que le hubiera inducido a comprar un vino que no tenía ni cuerpo ni color, que pareciera diluido, se quejaba?
Estaba claro que el amigo tiene un paladar Malbec y que, cada nuevo vino que prueba, lo compara con el volumen carnoso y la textura blanda que caracteriza a la variedad insignia del país. Pero a la hora de uno diferente, su paladar queda descolocado y no entiende la jugada. Recién después que le contara que lo que tenía delante era precisamente el despliegue de un Pinot, suave y con un latiguillo de fruta final, el amigo se relajó, supo apreciar la recomendación y descubrió un nuevo vino.
La variedad, una camiseta
En el terreno de las botellas, como en el fútbol o la política nacional, las rivalidades son cosa del corazón. Es una suerte de peronistas y radicales de las copas, o un Mendoza versus San Juan, en donde la identidad de un consumidor está definida por la variedad que consume. Hay bebedores Cabernet y bebedores Malbec, como también hay una minoría de Tempranillo, Pinot Noir o Bonarda, para hablar sólo de tintos. Más como una filiación a un cuadro que como una realidad gustativa del vino.
Si alguien compra Tempranillo de dos marcas distintas se encontrará con vinos similares y a la vez diferentes. Y en ese caso, ¿qué elige el consumidor cuando elige una camiseta para su copa? ¿La seguridad histórica de un sabor que cree conocido en la variedad o la nomenclatura que le da garantías de consumo?
Nos inclinamos por esta última respuesta. Decir que se es bebedor de Cabernet es declararse imaginariamente reacio, lo mismo que al beber Malbec la declaración es a la moda, y en menor medida se declara conocedor si se elige Pinot noir o Merlot.
Cuando un consumidor se considera bebedor de una variedad, la hace como si eligiera un club de fútbol, sin razones claras o vinculadas al sabor del vino. Aprende que tal variedad de tal marca le gusta más que otras, y lo proyecta a todo el conjunto: le gustó el Cabernet tal y entonces se considera bebedor de Cabernet.
Lo curioso del caso es que cuando logra deshacer el prejuicio sobre una variedad de uva determinada, y arriesga, se encuentra con vinos parecidos en otras variedades.
Ésa es la realidad estilística del mercado: más vinos similares que diferentes a igual rango de precio, en donde la variedad de uva es cada vez menos importante cuanto más se asciende en precio. Así y todo es difícil que cambie su filiación. Especialmente aquellos consumidores que prefieren beber vino a conversarlo.
En eso los fanáticos del vino son como los mejores hinchas: defienden a capa y espada su varietal y su club.
Fuente: ArgentineWines.com
Link a la nota: http://argentinewines.com/?p=11174
Y ustedes lectores de Vinos de Sudamérica que camiseta les gusta más o, perdón, que varietal?
Por mi parte puedo decirles que en la variedad esta el gusto.
Lau Malbec.