Fuente: Diario Uno
No todos los vinos añejos son buenos. Muchas veces deparan feas sorpresas.
Probablemente sepa, o crea saber, que el buen vino mejora con los años. Pero ¿cómo sabe eso? Es posible que no sea por degustar una gran cantidad de vinos finos de varias cosechas.
Más allá de que el vino sí mejora con el tiempo, uno sólo puede beneficiarse de escuchar algo por el estilo si puede:
a) Encontrar el nuevo vino ahora.
b) Poder costearlo sin beberlo.
c) Almacenarlo indefinidamente en condiciones de temperatura cuidadosamente controlada.
d) Poder, de algún modo, entrecruzar su colección de vinos con una base de datos que le diga que se acercan los mejores años para beberlos y no olvidarse de la botella.
El buen vino añejo es tomado a diario por personas que están muy felices de que estuviera añejándose durante una década o dos. Pero por cada botella que encaja en esa descripción hay otra que ha estado acumulando polvo durante demasiado tiempo.
Si resulta bebible de todas formas, se tratará de un vino chato e insulso, y probablemente no sabrá a nada en particular, especialmente tras estar diez minutos en contacto con el aire.
Hay millones de estas botellas que en realidad deberían haber sido bebidas hace años y muchas están siendo atesoradas por sus dueños, quienes aplazaron durante tanto tiempo su consumo, que su valor desapareció por completo.
Pero estamos viviendo en un mundo que avanza cada vez más velozmente, donde clubes, restoranes y hoteles van y vienen rápido. Éstos no han tenido la oportunidad de reunir una bodega espectacular y probablemente nunca lo hagan.
Pero las realidades financieras son aún más importantes. Pocos de nosotros tienen la buena fortuna de poder beber botellas compradas en las décadas de 1960, 1970 y 1980 por nuestros padres o abuelos, pero cuando lo hacemos sentimos que debemos hacerlo de forma especial y ceremoniosa, sólo porque si esas botellas están en buen estado, ahora son muy valiosas.
Sólo una fracción de todos los vinos producidos en el mundo añejará bien en los próximos 20 años o más. Esa pequeña fracción de la producción mundial de vino ha aumentado enormemente de precio, incluso cuando es nuevo.
Para beber vino añejo regularmente, uno tiene que poder remplazarlo con el mismo vino de la cosecha más reciente. Eso era algo que los amantes del vino de clase media podían hacer en las décadas de 1970 y 1980; ahora es casi imposible.
Al mismo tiempo, la calidad del vino que no añeja bien ha mejorado enormemente en los últimos 30 años. Hace mucho que la revolución tecnológica en la producción de vinos que comenzó en Australia llegó a todo el mundo, al punto tal que incluso los vinos más baratos son dramáticamente mejores que sus equivalentes de hace unas pocas décadas.
En la década de 1970, decidir entre un vino barato de California en jarra y un buen Bordeaux francés era algo simple. El vino francés era significativamente mejor y aún accesible, mientras que el vino barato tendía a ser mucho más dulce, perfectamente capaz de arruinar una comida excelente.
Hoy, vinos de nivel básico producidos en masa –como Yellowtail o Ecco Domani– son altamente bebestibles y por el mismo precio o por un par de dólares más es posible encontrar vinos excelentes de Francia, España, Argentina, Chile y muchos otros países. Ese Bordeaux Primer Cru, en comparación, está totalmente fuera del alcance: sólo los millonarios pueden acceder a beberlo a diario.
Solía tener mucho sentido para numerosas personas beber media botella y dejar el resto. Pero casi ningún vino que la mayoría de nosotros compra y bebe va a ponerse mejor con el tiempo.