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La jarra de vino de barro, una tradición ancestral recuperada según Alfarería Raimundo Sánchez

La alfarería combina la necesidad básica de la elaboración del vino con la de su consumo, estableciendo una relación cultural histórica y casi sentimental

El consumo de vino tiene una dimensión social muy relevante. Echando la vista atrás, se puede comprobar que tradicionalmente ha formado parte de los ritos religiosos, de las festividades y de cualquier otra faceta de la vida de las personas. Como oficio, la alfarería comenzó en sus orígenes ofreciendo sus productos para ciertas actividades agrarias. Posteriormente, amplió su funcionalidad y fomentó trabajos de producción como, por ejemplo, la elaboración de vino. En concreto, la jarra de vino de barro ha sido una de las pocas tipologías de la cerámica para el vino que funcionalmente ha perdurado hasta estos días. Alfarería Raimundo Sánchez, nacida hace casi un siglo, fabrica con la arcilla más adecuada jarras de barro de diferentes tamaños para restaurantes y el ámbito doméstico.

Ámboas o vasijas del Antiguo Egipto

De hecho, esta relación tan estrecha entre la cerámica tradicional y el vino aparece en el Antiguo Egipto. Ya en el 8.000 a.C. parece que se encontraron grandes ámboas de barro cocido con restos de vino. Este tipo de vasijas, de forma ovoide y grandes dimensiones, disponen en su parte inferior de una espita, situada concretamente a cierta altura de la base para facilitar la separación de los posos. La presencia de esa canilla marcaría, según los expertos, la diferencia con las tinajas que se empleaban para almacenar agua o aceite. Además, todo indica que formaron parte del menaje funerario de la época, cuando se fermentaba el mosto en cerámicas.

Con el paso del tiempo, las jarras de vino de barro consiguieron un protagonismo absoluto. Buen ejemplo de ello son las jarras de Loñoá de las Ollas, un tipo de recipiente de barro más humilde para el consumo diario del vino en el ámbito doméstico. Paralelamente, surgió la denominada “jarra de las fiestas”, específica para días señalados y encuentros populares, que llevaba un cordón para facilitar su transporte y diversas incisiones decorativas. Para diferenciar una jarra de agua de otra de vino, en Terra Chá las distinguían por el beso, que era mucho más cerrado y estrecho en el caso de las jarras de vino para procurar beber poco a poco.

La jarra de vino de barro, recuperada para ofrecer valor añadido

Hoy en día, numerosos mesones y restaurantes rústicos sirven el vino en jarras de barro. También se utilizan en aquellos hogares cuyas familias tienden hacia la recuperación de los sabores antiguos y los sentimientos de antaño, cuanto más puros, mejor.

Como expertos alfareros, Alfarería Raimundo Sánchez recomienda las jarras de barro por su larga duración y su fácil mantenimiento. Informan que pueden usarse durante 60 años mientras sean bien tratadas. Es decir, realizando un buen lavado con agua a presión tras su uso y dejándolas que permanezcan en un lugar seco donde idealmente corra el aire. A ser posible, que siempre estén llenas o, por lo menos, destapadas en caso de estar vacías. ¡Salud!