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Origen de las 12 uvas

Día 31 de diciembre, la familia o amigos entorno a una mesa cenando, se acercan las 12…sintonizamos la televisión, ponemos la copa de cava bien frio para brindar y preparamos nuestras 12 uvas, todos atentos al reloj de la mítica puerta del sol, para ver hechos realidad los deseos, el ritual manda que se despida el año tomando las “doce uvas de la suerte”, una por cada mes, al compás de cada una de las doce campanadas de reloj que marcan la medianoche del 31 de diciembre.

Una de las creencias de la costumbre de tomar doce uvas al compás de las campanadas que despiden el año fue consecuencia de eliminar la celebración de los Reyes Magos en Madrid, por lo que gracias a los Reyes Magos llegaron las doce uvas.

Corría mediados del siglo XIX, primeros días de enero, en el más castizo Madrid había una tradición que se celebraba año tras año. Los madrileños debían localizar a un forastero, asturiano, gallego, recién llegado a la villa y hacerle creer que la noche del 5 de enero había que ir a recibir a los Reyes Magos de Oriente.

Era una noche en la que el pardillo forastero iba acompañado por decenas de madrileños que le hacían creer la historia. Se portaban escaleras para subir a los balcones y buscar los regalos de los reyes, había un alboroto tremendo y las botas de vino parece que no tenían fondo.

Esta tradición madrileña, que sólo era una expresión popular que buscaba poder celebrar una noche de fiesta muy especial, eso sí, sirviéndose de inocentes forasteros, perduró hasta los reyes de 1882.

En 1881 llega un nuevo alcalde a Madrid, José Abascal y Carredano, natural de Los Pontones (Santander) que quiso eliminar esta tradición que provocaba muchísimo ruido y jaleo durante la noche del 5 de enero.

En diciembre de 1882 publicó un bando por el que se anunciaba que quienes quisieran participar en la recepción de los Reyes Magos debían pagar un duro, cinco pesetas de la época, coste este que no se podían permitir los madrileños de clase humilde que eran los que ejecutaban la broma.

Al final este alcalde madrileño consiguió que sus paisanos no fuesen ridiculizados esa noche, pero también consiguió quitar a los madrileños la fiesta más esperada del año, ya que la noche vieja no se solía festejar.

En el siglo XIX había una superstición muy arraigada que decía: “Comiendo uvas el día primero del año, se tendrá dinero en todo él”.

Las familias pudientes madrileñas, las que iban de viaje a Paris y Biarritz, en las cenas de noche vieja acostumbraban a cenar uvas y tomar champagne, costumbre tomada de Francia. Esta costumbre poco a poco fue calando en las clases medias en las que, por un lado veían ridículo el comer uvas, pero por otro creían en las supersticiones, por lo que también comenzaron a incluir en sus cenas de fin de año las uvas y cuando no se podía champagne, vino, ya que se decía que “la hija debía seguir a la madre”, el vino debía seguir a la uva.

Los madrileños que no compartían esta costumbre de tomar uvas intentaron burlarse de quienes lo hacían y decidieron ir al reloj del Ministerio de la Gobernación y tomarse doce uvas al compás de las doce campanadas del reloj de la Puerta del Sol, siguiendo después una fiesta en la que “la hija dela uva” era la gran protagonista.

Se tiene constancia, al menos, de esta tradición desde la nochevieja madrileña de1896 y poco tardaron los empresarios en sacarle rendimiento a esta tradición, insertando anuncios en los periódicos madrileños los días antes de fin de año ofreciendo “Las Uvas de la Suerte”, “Las uvas de la felicidad”, de la fortuna, milagrosas y un largo número de adjetivos que buscaban rentabilizar económicamente esta iniciativa.

Por tanto, desde la última noche del año de 1896, la Puerta del Sol disfruta de una tradición surgida como revancha de los madrileños por quitarles la celebración de ir a recibir a los Reyes Magos la madrugada del 5 de enero.

Otra creencia popular sitúa el origen de esta tradición en 1909, cuando la extraordinaria cosecha de uvas de esa temporada llevó a los viticultores españoles a repartir el excedente y alentar el consumo para atraer la buena suerte.

Sin embargo, como suele pasar con las tradiciones, hay argumentos discrepantes. En esos años, a principios de siglo, había hambre y por tanto hablar de excedente es arriesgado, teniendo en cuenta además que las cosechas de uva por entonces eran pequeñas.

Pero, sobre todo, “con los medios que había en la época, llegar a finales de año con uva fresca era muy difícil, e imposible que se llegase a tener abundancia o excedente”.

Desde luego en el impulso al consumo masivo de uva en esta época tuvieron mucho que ver los cosecheros que fueron capaces de promocionar hábilmente sus productos, mucho antes de que se desarrollaran las técnicas de “marketing”.

En 1962 perfectamente arraigada la popular fiesta que se montaba bajo el reloj de la Puerta del Sol, llegó la bendición definitiva de la unión de hecho entre campanadas y uvas: el 31 de diciembre de 1962 Televisión Española comenzó a transmitir “las 12 campanadas”.

Desde ese reloj, el paso de un año a otro dura en la actualidad 36 segundos y sesenta centésimas, tiempo para tomarse una a una las doce uvas, que en 1997 se les atragantaron a muchos españoles debido al ritmo frenético de las campanadas, que sonaron en sólo 17 segundos.

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