Por: Alejandro Moyano, cofundador de Valdemonjas
¡Qué de cosas! como de repente, por arte de magia, las piezas de este puzle empiezan a encajar en Valdemonjas. Desde que iniciamos este nuevo viaje en solitario, las noticias caen de manera inesperada. Los años 2013 y 2014 fueron de definición, en 2015 ejecutamos y en el ejercicio 2016 empezamos a ver algunos de esos frutos. Planteamos este proyecto desde la singularidad, opciones elegidas muchas veces al borde de la inconsciencia, por puro sentir.
Del viñedo y de las viñas hablaré más tarde, ahora toca compartir la locura de lo que ha rodeado la bodega. No sé si inventamos, pero utilizamos una palabreja: “ecosostenible” para definir el concepto en el que se basa la bodega. Mínima energía, mínimo esfuerzo, máximo aprovechamiento. No siempre fue fácil, las soluciones no siempre son evidentes. La mayor parte del tiempo nos tocó aprender sobre la marcha. Sin embargo, el resultado del esfuerzo vino por esos dos premios de arquitectura, pomposamente llamados “Óscar de arquitectura”, (“Architizer A+”), entregados en Nueva York.
Buscábamos un edificio singular y ¡he aquí que nos lo acreditan! Siempre tuvimos esa sensación y los apoyos de todos, así nos lo mostraban, pero también he de decir que, cuando nos llamaron para decirnos de estábamos nominados, fue como ver el cielo. Peleamos por el premio popular, removimos Roma con Santiago, hasta la pesadez: no quedó un amigo sin votar. Los previos nos daban vencedores en el premio del público. Finalmente, en lugar de uno fueron dos: el del jurado profesional nos lo llevamos también en la categoría Comercial / Factory Warehouse.
Es sorprendente ver como todo esto te ayuda a visualizarte. Llevábamos casi veinte años trabajando con una paciencia que yo mismo me desconocía. Las dudas que se habían podido ir generando, se desvanecieron por la decisión de unos señores a 10.000 kilómetros de distancia. ¡Fantástico! Una vez lleno nuestro fardo de ego. Ahora toca seguir, es un camino sin fin. En estos momentos, estoy pasando por los viñedos de Lausanne (Suiza) mirando el lago Constanza; maravilla de un trabajo de paciencia, viendo esto todo queda a un nivel relativo. Solo toca seguir.
EL VIÑEDO NO SE QUEJA
El viñedo no se queja, ni siquiera tiene celos, sabe que al final lo que importa es él, lo demás es vanidad. Sufrió lo suyo el año pasado, llegó seco y deshidratado al invierno. Luego a poquitos, pero de manera continua, empezó a llover, cambiamos el mantra de que las lluvias de otoño no pueden reemplazarse por las de primavera. Debe de ser, que eso del cambio climático no sabe de mantras pasados. Ahora partimos de una situación óptima. Inesperado.
Curiosamente y también de manera inesperada, la suavidad del invierno no nos ha traído un adelanto de la vegetación. Las temperaturas medias se mantuvieron en niveles donde, friolera, la planta no se mueve, con desborre lento y tardío. ¡Mejor imposible!
Tardó la brotación, pero explosiva por fin llegó. Brotó por doquier con un sinfín de nietos. Estuvimos preparados, iniciando la poda en verde casi aún en yemas. El desnietado fue lento, costoso y sin espera; liberamos la planta de la carga excesiva a falta de un último repaso, lista para su etapa final. El envero llegó por fechas normales a mediados de agosto. ¡Ya olemos la vendimia!