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El winemaker del momento

Fuente: Gema Gallardo – Diario Uno

Desde mediados de 2007, Alejandro Vigil es el enólogo jefe de la bodega Catena Zapata, una de las más premiadas de nuestro país. Vigil comenzó su carrera profesional en el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria, sobresaliendo por su joven talento, que a los 28 años lo llevó a ocupar el cargo de jefe del Departamento de Análisis de Suelos.

Según se detalla en la página web de la bodega para la cual trabaja, “su sólida formación científica y académica condujo a importantes avances en nuestros viñedos y procesos de vinificación. Poco a poco, los resultados de sus investigaciones fueron incorporándose a las tareas de la bodega con excelentes logros”. Así, lo presentan como un winemakers “de espíritu ávido e incansable”. Además, los elogios para el enólogo en el sitio web de la bodega continúan, ya que detallan que Vigil “se esfuerza constantemente por canalizar su energía creativa, desafiando los límites de la viticultura y enología tradicionales. Ha realizado innumerables ensayos y experimentos en su afán por incrementar sus conocimientos acerca del carácter único del terroir de las zonas altas del desierto mendocino”.

En esta entrevista, el profesional habla de su profesión y sus logros.

–¿Cuando era niño qué soñaba ser de grande?
–Seguro que soñaba con algo cercano a la tierra. Zuly, la esposa de mi papá, siempre me decía que me dedicaría a las plantas y el arte, es más, alguna vez fue muy específica y me dijo: “Seguro vas a estudiar agronomía”. Supongo que por ahí viene la cosa. Digamos que la infancia te marca…

–¿Cuándo se decidió por la enología?
–En realidad, me decidí primero por la agronomía, cuando me recibí de ingeniero me quedaba una cuenta pendiente con lo que me gustaba, que por entonces era tomar vino. Realicé algunos cursos del master de enología que se dictaba en la Facultad de Ciencias Agrarias y me di cuenta de que aquello que de muy pequeño hacía con mi abuelo materno, como cosechar la uva criolla, hacer un jugo y pasarlo por una media de mujer y luego ponerlo en un tonel viejo para que fermentara, se podía convertir en mi subsistencia. De ahí en más fue fácil, combiné los conocimientos de química, agronomía y enología, le puse un poco de creatividad y me metí en el mundo de elaborar vinos, siempre recordando esos momentos felices con el abuelo Tristán cuando yo tenía pocos años de vida.

–¿Es más común ver enólogos mendocinos que oriundos de otras provincias?
–No me he dado cuenta de este detalle, pero me parece obvio. En Mendoza la vitivinicultura es una forma de vida para gran parte de la población, tiene un vínculo social, económico y cultural del cual no es fácil despegarse. Es una pasión que pasa de generación en generación. Sería muy raro tener muchos enólogos en Misiones (risas).

–¿Qué es lo más atractivo de su profesión?
–El trabajar en creaciones tiene un estímulo permanente que es el aprendizaje continuo, la necesidad de estudiar, indagar e intentar interpretar el mundo de los sabores vinculados a las sensaciones casi espirituales pero estrechamente ligados a la ciencia. Sin lugar a duda esta mezcla de arte y ciencia pura es muy atractiva para mi vida.

–¿Cuál fue la primera bodega en la que trabajó?
–La primera bodega en la que trabajé fue Lobos, era netamente de traslado. Yo estaba en la secundaria cursando cuarto o quinto año, no recuerdo, y me cambie a vespertino. Trabajaba hasta las cuatro de la tarde y a las seis entraba a la escuela. Mi trabajo era lavar piletas; después fui progresando, llenaba damajuanas… Nada asociado al glamour de Catena Zapata, ¿no?

– ¿Cómo llega a Catena Zapata?
–Durante los años de facultad trabajé en el INTA, en el Departamento de Suelos, por entonces siempre intentaba acercarme al Departamento de Enología; realicé algunos trabajos vinculados al vino y las caracterizaciones de suelo. Las bodegas me llevaban muestras de tierra para analizar y así conocí al ingeniero Alejandro Sejanovich, que quería armar un departamento de investigación en Catena Zapata y me tentó. Después de varios meses me decidí y me fui del INTA. Comencé a fines de 2002, después Nicolás Catena me pidió que realizara los cortes de los vinos top de 2001 y en la cosecha de 2004 se me puso a cargo de los vinos premium, en el 2007 se me nombró jefe enólogo de las bodegas de la familia Catena.

–¿Qué implicancia tiene para usted ser uno de los enólogos más destacados por la prensa mundial?
–Es importante siempre y cuando tenga que ver con una filosofía vinculada a lo cotidiano que se refleja en el trabajo y esfuerzo constantes. Todo el reconocimiento tiene que ver con la gente que hace a uno y no a mi persona específicamente. Es importante entender que el lugar que uno ocupa es consecuencia de la acción de muchas personas y no tanto del esfuerzo individual. Para el ego es algo lindo pero tenés que evitar que se te suba a la cabeza.

– ¿Cuál es el sello personal que le puso a los vinos de Catena Zapata?
–Convengamos que mi piso en Catena Zapata ya era bastante alto, no olvidemos que por ahí han pasado verdaderos íconos de la vitivinicultura, por lo tanto partí de una base muy alta. Creo que el vincular el viñedo con la selección de plantas, pequeñas parcelas y las fermentaciones diferenciadas por tipos de suelo, momento de cosecha, potencial de cada lote, permitió avanzar en el entendimiento de cada terruño. Creo que esa interpretación les dio un carácter distintivo a los vinos desde 2004.

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